Desde el piso 33 de la torre
(Distintas formas de iniciar un blog)
Trabajo en un cubículo de 4 metros cuadrados, rodeado de mapas, posters y fotos. Tres divinidades domésticas (Akira Kurosawa, Jacques Brel y Carlos Gardel) auspician mis horas de oficina. No tengo luz natural, pero en mis frecuentes escapes me asomo a la ventana y veo la ciudad desde el piso 33...
Desde el piso 33 se hace evidente la escala inhumana del capitalismo avanzado. En todas las direcciones, otros edificios donde miles se afanan por crear más mercancías, circular más datos, aplastar el tiempo y vencer a la muerte, ese incidente que detiene la acumulación. Abajo, hacia donde cae la nieve, la lluvia, la grisura pero nunca el sol, la marea que piensa y corre entre bloques amontonados sin ton ni son por un niño gigante...
A pesar de haber sido -por unos meses al menos- la edificación más alta del mundo, mi torre es difícil de descubrir, por haber quedado atrapada entre tantas otras. La manera mas fácil de encontrarla es con las manos, tanteando las paredes de los callejones oscuros por los que discurre la vida en Nueva York...
La altura debiera darme perspectiva, pero no lo hace. Ver el mundo no necesita perspectiva, horizonte, lejania o cualquiera de las otras metaforas que evocan la vista; lo que necesita es manos ágiles que registren la textura. De nada me sirve estar en el piso 33 si soy incapaz de palpar la esencia de los días...
Muy cerca, las ruinas de un mundo antiguo han sido limpiadas. Un gran espacio vacio se abre al cielo y la tierra fresca respira. Los sobrevivientes de la tragedia han banalizado el lugar muy rápidamente, poblándolo de banderas, signos patrióticos, frases de venganza y compasión. Alguin dijo, pero no lo escucharon, que ciertos lugares debieran permanecer vacíos e inspirar un secreto terror...
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