La torre de marfil

Este es un espacio para quienes quieren conversar sobre el Perú con la distancia -y marginalidad- de la diáspora. Le daremos particular importancia a la política doméstica y los conflictos culturales de las sociedades del norte para establecer contrastes irónicos en relacion al Perú.

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Nombre: Eduardo Gonzalez
Ubicación: Brooklyn, New York, United States

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viernes, julio 01, 2005

Matrimonio, a secas

Esta semana, los parlamentos de Canada y España aprobaron sendas leyes reconociendo los matrimonios entre personas del mismo sexo, uniendose de ese modo a Holanda y Belgica, paises en los que las uniones del mismo sexo gozan de plenos derechos.

En Estados Unidos, luego de una decision en 2003 de la Corte Suprema del estado de Massachussetts a favor del matrimonio entre personas del mismo sexo, diversos estados han aprobado enmiendas a sus constituciones para desconocer dicha posibilidad.

El tema se ha convertido en un conflicto político y cultural masivo. Los activistas homosexuales defienden su derecho a casarse como uno mas de sus derechos civiles, exigiendo que el estado les reconozca los mismos beneficios y derechos que reconoce a otras familias. Los sectores tradicionalistas consideran este tipo de union una aberración que viola principios religiosos fundamentales. El tema genera tanto encono que muchos consideran que su utilización -por parte de los republicanos en las últimas elecciones- fue uno de los factores en la victoria de Bush.

¿De qué estamos hablando aquí? Aclaremos las cosas. En primer lugar, el debate concierne el matrimonio como procedimiento civil, llevado a cabo por un Estado. En segundo lugar, hablamos de un contrato por el que dos personas se obligan mutuamente a una serie de compromisos.

De lo primero se sigue que este no es un asunto religioso. Los estados de derecho modernos se afirman en la separación entre la instancia que resguarda nuestros derechos y las diversas instancias que reclaman autoridad sobre nuestras creencias trascendentales. Si el estado casa o no a personas del mismo sexo, su decision no tiene por que basarse en lo que sostiene una u otra religión. Las decisiones legales tomadas sobre la base de lo que plantea una religión son la receta perfecta para las guerras civiles.

De lo segundo, y de la exclusión del carácter religioso de la disputa, se sigue que tenemos que preguntarnos si hay alguna razón intrínseca por la que el contrato del que hablamos tenga que realizarse forzosamente entre personas de distinto sexo. Las leyes matrimoniales de todo el mundo se preocupan de distintos pre-requisitos que buscan garantizar que se trata de un contrato libre: la edad de los contrayentes, su estado de salud, el encontrarse libres de contratos previos, etc.

A nadie se le había ocurrido plantear el pre-requisito de que los contrayentes fueran de distinto sexo. Hay real razón para plantearlo? Para los opositores al matrimonio entre personas del mismo sexo, la cuestion nunca se había planteado por obvia. Del mismo modo, dicen, a nadie se le ocurre plantear que el matrimonio se realice entre seres humanos, por obvio. Pero los que favorecen la nueva institución retrucan, recordando que por mucho tiempo -en los EEUU- se prohibían los matrimonios entre negros y blancos, aunque nada en la definición de matrimonio excluye la posibilidad de que las personas que se casen tengan distintos colores de piel.

Quedemos, entonces, que el único requisito fundamental para entrar en el contrato matrimonial es que los contrayentes sean seres libres, capaces de razonamiento. ¿Por qué esos contrayentes no pueden ser Pablo y Pedro o Marita y Lucía? Porque el sentido del matrimonio es tener hijos, replican algunos, y obviamente no hay forma en que Pablo y Pedro o Marita y Lucía conciban.

Este argumento supone que el sentido del matrimonio es el intercambio de genes entre los contrayentes, lo que es patentemente absurdo, a la vista de millones de parejas que no tienen hijos, ya sea porque no pueden o porque no quieren.

Otra variante del mismo argumento es que el objeto del matrimonio es criar niños, que no debieran ser expuestos a tener dos papás o dos mamás por quién sabe qué impreciso peligro, negando -por lo tanto- no sólo la idea del matrimonio sino la de la adopción de niños por parejas del mismo sexo. Sin embargo, este tipo de adopciones o situaciones de hecho ya lleva décadas de existencia y nada demuestra que los niños en ellas crezcan con alguna patología extraordinaria.

Bien visto, por supuesto, este argumento, no es otra cosa que la expresión del miedo a que los hijos de homosexuales sean homosexuales a su vez. Es decir, el miedo a que haya más homosexuales. ¿Por qué? Imposible saberlo.

En realidad, no hay argumento contra el matrimonio entre personas del mismo sexo que no se reduzca -en última instancia- a lo mismo: prejuicio contra la homosexualidad. Para algunos es malo que exista, es escandaloso y la sociedad no debiera dignificarla de ninguna forma. Reconocer a los gays el derecho de casarse es legitimar su forma de ser; legitimar que haya hombres que tienen sexo con otros hombres, mujeres que tienen sexo con otras mujeres. Horror y abominación. ¿Por qué? Por eso, porque es un horror y abominación. El miedo y el prejuicio son siempre argumentos circulares.

Aquí, en los EEUU, los grupos conservadores y la derecha religiosa admiten abiertamente que el matrimonio "gay" ha sido un regalo del cielo que les permite hacer lo que ya no era políticamente correcto desde un buen tiempo a esta parte: atacar a los homosexuales. Ya bastante creen que han hecho aceptando que salgan del closet, que se manifiesten en la calle, que aparezcan en televisión o que ganen alcaldías y diputaciones. Han ido demasiado lejos y es hora de ponerlos en su lugar.

Y este es -al fin y al cabo- el asunto fundamental. ¿Son los derechos algo que se otorga o se niega a todo ciudadano por el hecho de serlo, o son -más bien- marcadores de distinción y, por lo tanto, privilegios que se otorgan a los que nos gustan porque conforman con la mayoría? Negar a un grupo de personas el derecho de casarse porque no nos gusta lo que hacen en la cama es como negar a otro grupo el derecho de votar porque no no nos gusta su color de piel o su sexo.

Lo que no me queda claro en el debate, en realidad, es otra cosa. ¿Por qué hablar de matrimonio "homosexual" o de matrimonio "gay"? Si le reconocemos a todos y todas el derecho de casarse, y todo matrimonio asi formado es igual en derechos y deberes, entonces poca razón queda para distinguir entre matrimonios "homos y "heteros".

Todos son matrimonios, nomás. La misma promesa, el mismo riesgo, la misma apuesta: un pacto permanente. ¿Por qué no habría de ser legal?