La torre de marfil

Este es un espacio para quienes quieren conversar sobre el Perú con la distancia -y marginalidad- de la diáspora. Le daremos particular importancia a la política doméstica y los conflictos culturales de las sociedades del norte para establecer contrastes irónicos en relacion al Perú.

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viernes, enero 05, 2007

Nos quieren hacer complices

Nos quieren hacer cómplices
Por Eduardo González Cueva


Apenas han pasado un par de años desde que la prensa peruana se hizo eco de las declaraciones optimistas de nuestros políticos saludando la sentencia de la Corte Interamericana en el caso Berenson.

En aquella ocasión, como la Corte recogió la posición del estado peruano, se consideró que se había logrado un precedente favorable y una victoria del estado de derecho.Hoy, luego de la sentencia en el caso Canto Grande, se ha pasado del triunfalismo al rechazo visceral, pese a que los jueces que han fallado en este caso son exactamente los mismos que en Berenson. El premier Del Castillo llama “inaceptable” la sentencia; es una “tremenda corte”, clama el ministro Rey. Increíblemente, por venir de quienes se supone deben respetar las leyes, los presidentes de la Comisión de Justicia del Congreso y de la Corte Superior de Lima objetan que el país cumpla con sus obligaciones luego del fallo.

Dado el nivel bastante perfectible de los poderosos en el Perú, no cabe esperar que ninguno de los que así opinan se hayan dado el trabajo de leer las casi 200 páginas de la sentencia de la Corte, o por lo menos su resumen. La ansiedad de “agarrar micro” parece siempre imponerse a la prudencia: el presidente del Poder Judicial, Francisco Távara, confiesa no haber leído la sentencia, opina –más aún- que una opinión responsable necesita esa lectura previa, pero de todos modos se adelanta al examen y la llama “discutible”. Monseñor Bambarén simplemente reacciona a la pregunta del periodista y se escandaliza: “¿cómo es posible eso?”.

¿Cómo es posible lo que ha ocurrido en San José? Muy sencillo: ha ocurrido por que la masacre de Canto Grande fue un crimen y por la desidia e irresponsabilidad del Estado peruano para enfrentar sus deberes.

La masacre de Canto Grande tuvo lugar frente a los ojos de todos los peruanos un mes después del golpe de Fujimori cuando este, en su calidad de dictador absoluto, asaltó el pabellón de mujeres de ese penal en una operación militar caótica y brutal. Todos vimos a Fujimori pasearse entre los heridos, como lo haría años después entre los muertos en la residencia del embajador japonés. Más aún: esta atrocidad innegable ocurrió frente a un abogado de la Comisión Interamericana que se hallaba en el país y cuya mediación se rechazó. ¿Puede sorprender a alguien que años después, este abogado testifique sobre lo que vio con sus propios ojos?

El caso estuvo frente al sistema interamericano de derechos humanos desde 1992, sin que mereciera mayor respuesta del régimen fujimorista, contento con la condición de paria internacional que le había impuesto al Perú. Luego de la caída de Fujimori, en el 2001, el Perú rechazó la posibilidad de una solución amistosa para el asunto. Luego del trabajo de la Comisión de la Verdad, que investigó el caso y recomendó en el 2003 denunciar a los presuntos responsables, el Ministerio Público encabezado por la Dra. Nelly Calderón no actuó de manera diligente y perdió frívolamente el tiempo cuestionando el trabajo de la CVR.

Las consecuencias de la desidia fiscal están a la vista. En forma penosa, en audiencia de la Corte Interamericana de junio del 2006, casi 3 años después del informe de la CVR, el Estado peruano no tuvo más opción que admitir que el caso estaba avanzado “al 95%” en nuestro sistema judicial. ¡Alguien debe creer en el Estado que cabe, ante una instancia internacional, el mismo tipo de excusas absurdas que se usan en las ventanillas de atención al público!

Peor aún, este caso se perdió cuando el Estado decidió justificar la matanza como un acto de guerra, siguiendo el guión dictado por los sectores más radicales de la derecha nacional. La violencia, de acuerdo a lo que dijo el representante del Perú frente a la Corte, se dirigió “contra internos de una determinada tendencia”, para “atacar a Sendero Luminoso” en una “lógica de guerra”. Imposible explicar ante la Corte por qué esa estrategia militar incluyó actos como el fusilamiento de rendidos, la mutilación de cadáveres, la violación de mujeres y la tortura de los sobrevivientes. Y, sin embargo, la misma derecha radical que inspiró la estrategia para que el Estado pierda el caso hoy se atreve a dar “soluciones”, llamando a una ruptura total con la Corte.

El gobierno del Sr. García insiste en perder su declinante capital político con la misma estrategia que no le ha ayudado a ganar municipios: invocar fantasmas, agitar las pasiones más bajas, buscar –en fin- enemigos externos e internos con los que distraernos de su general mediocridad. En el caso Canto Grande, como antes los casos Castillo Petruzzi y Berenson, el gobierno encuentra la posibilidad de una estigmatización fácil porque, en esencia, se trata de violaciones donde las víctimas se presumen malas y culpables.

Para lograr el sorprendente efecto de justificar una violación de derechos humanos cometida ante los ojos de todo el país, se sigue el siguiente procedimiento:

- Se ignora que en el Perú la ineficiencia de la policía y de los jueces envía cientos de inocentes a la cárcel y se oculta que este fenómeno fue sistemático durante el mismo fujimorismo. La prensa de derecha ha continuado llamando “terroristas” a todas las personas indultadas, incluso cuando la mayoría de ellas recibieron su libertad del mismísimo Fujimori. Como resultado, se le vende al país la idea de que toda persona que estuvo en la cárcel por terrorismo debe ser culpable.

- Se preconiza que no hay castigo suficiente para ciertos criminales y se justifica la venganza. El presidente en persona no vacila en detallar en forma casi pornográfica crímenes atroces como la violación de niños para justificar la pena de muerte y –de paso- meter a los terroristas en el mismo saco quee los violadores.

- Por último, se crea una excepción en el razonamiento para defender a los violadores de derechos humanos si actuaron a favor del Estado: el fin justifica los medios, siempre y cuando el fin sea el poder del “presidente” Fujimori y no el del “presidente Gonzalo”.

Hace más de veinte años, la democracia argentina puso en el banquillo a los líderes de las juntas militares que causaron miles de desapariciones y la derrota militar más humillante de la historia de ese país. Uno de ellos tuvo la audacia de utilizar en su defensa el mismo argumento que hoy usan quienes –en el Perú- rechazan el fallo de la Corte: “Nadie tiene que defenderse por haber ganado una guerra justa” dijo el almirante Massera, para justificar actos abominables como el robo de los recién nacidos de las desaparecidas embarazadas.

La respuesta del fiscal Strassera a ese argumento inmoral fue clara: una sociedad que se pretende democrática y civilizada tiene que condenar la justificación de la violencia como instrumento político venga de donde venga, “desterrar la idea de que existen "muertes buenas" y "muertes malas" según sea bueno o malo el que las cause o el que las sufra”. Un crimen es un crimen sin importar quién lo comete y cuál es su motivación política: una mujer violada no se siente menos ultrajada porque su violador haya defendido la Constitución peruana en lugar del “pensamiento Gonzalo”; Ernesto Castillo Páez no está menos desaparecido porque lo haya asesinado un policía en vez de un senderista.

Sin embargo, hoy en el Perú, no faltan quienes repiten el argumento de Massera y pretenden además hacernos sus cómplices, llamando a un referéndum para cortar con la Corte Interamericana. Es decir: para lograr el absurdo de justificar un crimen, se propone el absurdo de utilizar uno de nuestros derechos –el voto- para renunciar a la protección de todos nuestros derechos. Ya que fuimos testigos -en el silencio impuesto de una dictadura- del crimen, ahora se nos pide ser sus cómplices.

Yo creo que el hecho de que el Sr. García requiera el voto del fujimorismo para tener mayoría en el parlamento no justifica que se me exija tal acto de cobardía. Me parece que la decisión aprista de hacer al Sr. Rey ministro y al Sr. Giampietri vicepresidente no me obliga a hacerme eco de sus odiosos argumentos. Creo que la inmoralidad de otros no me obliga a renunciar a mis derechos ciudadanos.

No me afecta -por el contrario, me ennoblece- que el Estado que me representa reconozca un crimen, castigue a los culpables, entregue los restos de las víctimas a sus familias, asegure atención sicológica a los sobrevivientes y los desagravie. Me afectaría, me haría menos ciudadano, que García y Giampietri –sobre quienes pesa la masacre de 1986- se conviertan en los jueces que absuelvan la masacre de 1992. Puedo –debo- reconocer que hasta un criminal puede ser víctima y merecer desagravio, pero no puedo ni debo reconocer jamás que un criminal se convierta en juez y señor de mis derechos.

Creo, como dijo Salomón Lerner al entregar el Informe Final de la CVR que la democracia se construye con la terquedad de quienes no renuncian a las buenas razones, incluso en el vacío moral que imponen los autoritarios y los violentos. Creo, por que todos lo vimos, que la dictadura fujimorista se hundió “por mérito de quienes se atrevieron a no creer en la verdad oficial” y llamaron “a la dictadura, dictadura; al crimen, crimen”. El crimen es tal independientemente de quien sea la víctima: afirmar tan simple verdad es mi defensa de la democracia y mi rechazo a la complicidad.

6 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Usted es de los que apuntan con el dedo a los que pusieron el pecho en defensa de la democracia sobre la que perora con ligereza. Usted es de los que metería en prisión a quien disparó a un delincuente por defender a su familia, usted es de los que condenarían a una mujer pobre por decidir abortar. Con razón nuestra desubicada izquierda peruana no saca ni uno por ciento en las elecciones, porque ya nadie les cree su convenida "defensa de los derechos humanos" porque viven en las nubes del olimpo -o en su torre de marfil en su caso particular- mientras nosotros el grueso del pueblo peruano la tiene que luchar a diario.
Vaya usted y sus amigos socialistas a hacerle un homenaje a los terroristas Sr. Gonzalez, acá eso no lo vamos a aceptar.
Carlos

11:11 p. m.  
Blogger Eduardo Gonzalez said...

Carlos:

Precisamente, el punto es que creo que nadie debe matar a nadie en una prision y, en cuanto al ejemplo de la "mujer pobre", creo que toda mujer -pobre o no- tiene el derecho de decidir sobre el embarazo. No condeno a ninguna pobre persona sin opciones y sin derechos. Por el contrario, tiendo a defenderla.

A quien condeno es a quienes "pusieron el pecho" de otros y luego corrieron a las faldas de la dictadura fujimorista (no de la democracia) a lloriquear por una amnistia. Si son tan valientes, por que no se ponen a derecho y defienden su verdad?

2:30 a. m.  
Anonymous Anónimo said...

Eduardo Gonzales coqueteaba en San Marcos con los grupos violentistas y ahora es un pacifista gandhiano (jugosamente remunerado, por supuesto). Doble moral, creo que le llaman.

5:44 p. m.  
Blogger Eduardo Gonzalez said...

Durante el primer gobierno de Alan Garcia tuve una militancia de izquierda de la que no me arrepiento. Mas bien, deberian arrepentirse quienes con su borreguismo y cobardia dejaron que ese gobierno destruyera el pais con su incapacidad y salvajismo. No creo entonces, que se me pueda acusar de inconsistencia si sigo defendiendo los derechos ciudadanos frente al fuji-aprismo.

En cuanto a la remuneracion, cada uno gana lo que su capacidad profesional amerita. De hecho, supongo que este anonimo no trabaja gratis, aunque la envidia puede indicar que trabaja casi gratis (o que recien lo botaron de alguna ONG por incapaz).

11:22 a. m.  
Anonymous Anónimo said...

Lamentablemente, como demuestra el Sr. Gonzalez, la izquierda peruana no ha madurado, siguen asumiendo una postura moralmente ambigua frente al terrorismo vesánico de Sendero, mientras piden la hoguera para el estado que actuó en defensa de la nación.

Bien, Sr. Gonzalez cayó en la trampa de su propia inconsistencia moral cuando condena que se asesinen terroristas pero aprueba el asesinato de inocentes no-natos.

La eterna doble moral de nuestra izquierda liberal.

7:50 p. m.  
Blogger Eduardo Gonzalez said...

Hombre, me parece estupendo eso de "izquierda liberal" porque es exactamente lo contrario de "derecha conservadora". Los valores de izquierda son, en efecto, liberales y es una lastima que en el Peru la palabra "liberal" sea usada por una derecha que entiende el liberalismo como una doctrina economica, nada mas.

Al Estado no le deseo ninguna hoguera: simplemente que se comporte como Estado de derecho, es decir, que respete sus propias leyes y los tratados a los que se ha comprometido libremente.

En cuanto a las presumibles inconsistencias entre apoyar la legalizacion del aborto y oponerse a la pena de muerte, supongo que "anonimo" concedera que si eso es inconsistente, tambien lo es la postura de la derecha y el Apra de oponerse al aborto en todos los casos pero defender la pena de muerte.

Pero, por supuesto, yo no veo inconsistencia en mi postura:

a) la defensa de la persona pasa por la defensa de la vida e integridad de las mujeres embarazadas que -en el pensamiento conservador- no son mas que gallinas ponedoras, vehiculos para la viabilidad del embrion. Si su vida e integridad requieren un aborto, este debe efectuarse dentro de los limites que establezca la ley.
b) hay crimenes que merecen el castigo mas radical, pero no considero que el Estado deba tener el privilegio de ejecutar a nadie. La legislacion puede considerar condenas altas o a perpetuidad si es necesario para crimenes graves.

3:08 a. m.  

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