La torre de marfil

Este es un espacio para quienes quieren conversar sobre el Perú con la distancia -y marginalidad- de la diáspora. Le daremos particular importancia a la política doméstica y los conflictos culturales de las sociedades del norte para establecer contrastes irónicos en relacion al Perú.

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Nombre: Eduardo Gonzalez
Ubicación: Brooklyn, New York, United States

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martes, setiembre 26, 2006

El heredero

Se puede pensar lo que sea de Fidel Castro y su rol en la historia del último medio siglo, pocos líderes políticos como él podrían causar extremos de emoción como los motivados por su reciente enfermedad a ambos lados del estrecho de Florida: del lado estadounidense, gozosas manifestaciones de cubano-americanos celebrando por anticipado la muerte del gobernante; del lado cubano, elogios grandilocuentes con un retintín religioso difícil de ocultar.

En medio de todo, algunos políticos han hecho uso de la oportunidad en una forma que apenas oculta la ambición que espera realizar objetivos de todo tipo en el escenario que se abrirá cuando Fidel Castro ya no esté.

De todos los gestos de toma de posición táctica, probablemente el más claro de los acomodos simbólicos es el del presidente venezolano Hugo Chávez que con pompa decimonónica, se dirigió en estos términos al enfermo líder cubano durante su último encuentro (según el diario Granma):
“¡Buenos días, Caballero de la resistencia heroica, Caballero de la libertad! ¡Caballero de la verdad!”

La reportera de Granma que firma el reportaje describe el encuentro como un diálogo de “hermanos” y –en un giro retórico muy efectivo- refuerza su idea mencionando “la presencia de un tercer hermano, Raúl Castro, que escuchaba en la habitación y disfrutaba del encuentro junto a otros compañeros cubanos y venezolanos.”

Chávez resulta pues, elevado simbólicamente a la categoría mítica de los comandantes que bajaron de la Sierra Maestra, a la par de Fidel y Raúl Castro, Camilo Cienfuegos y el “Ché” Guevara; el teniente coronel de paracaidistas deviene comandante verde olivo.

Las fotos del reportaje –cuidadosamente posadas- contribuyen a la idea: aunque se menciona la presencia del presidente interino Raúl Castro, él no aparece y de su participación sólo sabemos por la reportera. Todas las fotos muestran a Castro y Chávez, en cercanía íntima, sin personal médico ni colaboradores de ningún tipo, transmitiendo el mensaje de autosuficiencia de los grandes, que se representan como pares. Fidel, en su lecho de enfermo, ha reemplazado su usual uniforme por una bata púrpura que evoca el antiguo símbolo de la realeza, y unge al heredero.Pero la pose y el gesto son tan estudiados que delatan el propósito. No hay sutileza alguna en el esfuerzo, y los analistas nos vemos en la postura de los antiguos kremlinólogos, sólo que en un escenario sustancialmente más fácil. No se trata de analizar qué líderes están a la izquierda o a la derecha del Secretario General en el estrado de la Plaza Roja, quién lleva condecoraciones y quién lleva sombrero; el lenguaje de Granma es más sencillo: Hugo Chávez se ha vuelto el heredero de la antorcha que se hace pesada para el viejo revolucionario.

Pero Chávez –para continuar en la misma clave metafórica- es a Fidel Castro lo que Khruschev es a Lenin: un líder basto y elemental, con la misma energía, tal vez, pero menos lecturas. Su argumento no es la retórica cubana con la que –en los años 60- los revolucionarios cubanos concitaron la imaginación de su generación, sino el zapato sobre la mesa.

En su reciente visita a Nueva York con motivo de la Asamblea General de la ONU, Chávez se las arregló para hacer lo imposible: subir al mismo tiempo el índice de popularidad del ultraconservador George Bush y el índice de ventas de los libros del filósofo izquierdista Noam Chomsky. A uno, lo proclamó el diablo, al otro, lo anunció muerto.

En circunstancias normales, Chávez quedaría en el repertorio simbólico de nuestra época como la antítesis banal del también banal sr. Bush. Pero las contingencias históricas que han puesto el radicalismo islámico y el control del petróleo en el centro del escenario mundial han hecho de ambos, personajes poderosísimos.

De todas maneras, aunque sea claro que no puede ser descontado con mero sarcasmo, es imposible no sentir un impulso irónico al comparar a Chávez y a Fidel Castro. El líder cubano representó en los años sesenta, desde una pequeña nación geopolíticamente débil, pobre y asediada, un reto enorme a la predominancia estadounidense en medio de un conflicto epocal entre capitalismo y socialismo. Entre esos dos sistemas había una lucha de escala mundial, que se libraba en guerras coloniales y golpes de estado sangrientos: dos formas de modernidad y progreso se disputaban la hegemonía.

Chávez ha surgido a destiempo: el mundo se ha polarizado entre fanatismos religiosos antimodernos, cada uno de los cuales renuncia a su modo al progreso material o legal del torturado siglo veinte. En ese escenario, Chávez -con el poder ilimitado de los petrodólares- no parece apuntar a un mundo en el que resucite el ideal socialista, sino simplemente al ruido y la provocación. Donde Fidel Castro construía alianzas con la Argelia que había derrotado al colonialismo francés, con Angola que luchaba contra el régimen blanco de Sudáfrica, o con el Chile de Allende; Chávez pone a Irán, Siria y Norcorea, regímenes autocráticos cuya única coincidencia objetiva es el antagonismo con la actual administración americana.

Quienes en él ven a un nuevo líder de las fuerzas progresistas mundiales harían bien en distinguir los dos elementos: anticapitalismo y antiamericanismo. La confusión –aparentemente convertida en decisión por un Fidel en el ocaso- puede tener costos muy serios para quienes no nos resignamos a la liza medieval en que se ha convertido el planeta.