Versiones de Nueva York
Hay imágenes de Nueva York para todos los gustos en la cultura de masas, y el cine se ha encargado de convertirlas en íconos.
Está la Nueva York de "El Padrino" y "Buenos Muchachos", con mafiosos carismáticos, ostentosos y hasta honorables. Está la Nueva York de "Taxi Driver" y "Donny Brasco", de delincuentes pequeños, mezquinos y sucios. Esta la Nueva York amoral y poderosa de "City Hall" y "Wall Street". Están tambien la Nueva York de Woody Allen, con sus intelectuales sofisticados y musas neuróticas, y la Nueva York sentimental y eternamente veraniega de la comedia romántica, donde reina Meg Ryan.
A las ciudades de este imperfecto catálogo hay que añadir la Nueva York apocalíptica. ¿Cuántos millones habra ganado Hollywood gracias al apetito de ver la destrucción de la moderna Babilonia? La ciudad ha sido bombardeada por terroristas en "The Siege" y por asaltabancos en "Duro de matar 3" y -por si las atrocidades humanas no fueran suficientes- ha sido destruída por extraterrestres en "Independence Day", por meteoritos ("Armageddon", "Deep Impact"), por catastrofes naturales ("The Day After Tomorrow") y hasta por Godzilla, quien, en sus películas originales, se habia limitado a destruir Tokio en cómicas peleas de cachascán gigante.
Nueva York es la ciudad donde la imaginacion norteamericana moderna ha decidido escenificar sus sueños y pesadillas y -como consecuencia- ha venido a ocupar tambien la imaginacion del mundo entero como una especie de capital global ante la que se puede tener solo reacciones extremas de amor u odio, pero nunca neutralidad. Estoy convencido de que los kamikazes del 11 de setiembre nunca consideraron atacar Boston, o Houston, o Miami y -seamos honestos- ¿quién se acuerda de que atacaron tambien el Pentágono en Washington DC? Si algo hay que destruir, razonaron, eso tiene que ser Nueva York.
Es como si la cultura capitalista moderna tuviera un permanente sentimiento de culpa, una sensación de tener deudas no pagadas, una secreta convicción mesiánica de que las cosas como las conocemos se tienen que acabar en algún momento. Como somos incapaces de imaginar cambios radicales que surjan del conservadurismo de la práctica social cotidiana, recurrimos a la idea de la catástrofe. En esto Hollywood no se diferencia del chico que imagina al despertar que hubo una inundacion en la escuela y se suspenderan las clases, porque no tiene otra manera de escapar a la fea realidad de no haber hecho la tarea.
La fabrica de suenhos de Hollywood construye sus utopias adolescentes en Miami o las Vegas, en algun pueblo pequenho donde el heroe suenha en grande. Reserva Nueva York para las historias extremas, trajes que muestran las costuras, personajes que muestran sus fallas, monstruos que se sacuden debajo de la cama donde el capitalismo duerme un suenho incomodo.
Nosotros, mientras tanto, seguimos viviendo aqui.
No tenemos alternativa: no hay como vivir en la Nueva York apocaliptica. Las fantasias autodestructivas de Hollywood son demasiado fisicas, demasiado once-de-setiembre para que afecten nuestra vida diaria. En realidad, la ciudad esta lejos de ser destruida y no podrian romperla King Kong, Godzilla ni los extraterrestres juntos, porque la ciudad no es un conjunto de edificios, sino un pacto de civilidad que se mantiene con los diarios rituales de trabajo y amor.
Nosotros, como diria la entranhable Mama Joad "...somos el pueblo que vive. No nos pueden borrar, no nos pueden apalear. Seguimos para siempre, porque somos el pueblo." Caminamos sobre las fugas de vapor entre las que emergia el auto de Robert de Niro; almorzamos en la banca bajo el puente donde Woody Allen y Diane Keaton conversaron alguna noche; subimos al observatorio del Empire State como lo hicieron Cary Grant y Tom Hanks para esperar a Deborah Kerr y Meg Ryan y seguimos silbando -en medio de estos canhones creados por el ser humano- los primeros acordes de Rhapsody in Blue.
Está la Nueva York de "El Padrino" y "Buenos Muchachos", con mafiosos carismáticos, ostentosos y hasta honorables. Está la Nueva York de "Taxi Driver" y "Donny Brasco", de delincuentes pequeños, mezquinos y sucios. Esta la Nueva York amoral y poderosa de "City Hall" y "Wall Street". Están tambien la Nueva York de Woody Allen, con sus intelectuales sofisticados y musas neuróticas, y la Nueva York sentimental y eternamente veraniega de la comedia romántica, donde reina Meg Ryan.
A las ciudades de este imperfecto catálogo hay que añadir la Nueva York apocalíptica. ¿Cuántos millones habra ganado Hollywood gracias al apetito de ver la destrucción de la moderna Babilonia? La ciudad ha sido bombardeada por terroristas en "The Siege" y por asaltabancos en "Duro de matar 3" y -por si las atrocidades humanas no fueran suficientes- ha sido destruída por extraterrestres en "Independence Day", por meteoritos ("Armageddon", "Deep Impact"), por catastrofes naturales ("The Day After Tomorrow") y hasta por Godzilla, quien, en sus películas originales, se habia limitado a destruir Tokio en cómicas peleas de cachascán gigante.
Nueva York es la ciudad donde la imaginacion norteamericana moderna ha decidido escenificar sus sueños y pesadillas y -como consecuencia- ha venido a ocupar tambien la imaginacion del mundo entero como una especie de capital global ante la que se puede tener solo reacciones extremas de amor u odio, pero nunca neutralidad. Estoy convencido de que los kamikazes del 11 de setiembre nunca consideraron atacar Boston, o Houston, o Miami y -seamos honestos- ¿quién se acuerda de que atacaron tambien el Pentágono en Washington DC? Si algo hay que destruir, razonaron, eso tiene que ser Nueva York.
Es como si la cultura capitalista moderna tuviera un permanente sentimiento de culpa, una sensación de tener deudas no pagadas, una secreta convicción mesiánica de que las cosas como las conocemos se tienen que acabar en algún momento. Como somos incapaces de imaginar cambios radicales que surjan del conservadurismo de la práctica social cotidiana, recurrimos a la idea de la catástrofe. En esto Hollywood no se diferencia del chico que imagina al despertar que hubo una inundacion en la escuela y se suspenderan las clases, porque no tiene otra manera de escapar a la fea realidad de no haber hecho la tarea.
La fabrica de suenhos de Hollywood construye sus utopias adolescentes en Miami o las Vegas, en algun pueblo pequenho donde el heroe suenha en grande. Reserva Nueva York para las historias extremas, trajes que muestran las costuras, personajes que muestran sus fallas, monstruos que se sacuden debajo de la cama donde el capitalismo duerme un suenho incomodo.
Nosotros, mientras tanto, seguimos viviendo aqui.
No tenemos alternativa: no hay como vivir en la Nueva York apocaliptica. Las fantasias autodestructivas de Hollywood son demasiado fisicas, demasiado once-de-setiembre para que afecten nuestra vida diaria. En realidad, la ciudad esta lejos de ser destruida y no podrian romperla King Kong, Godzilla ni los extraterrestres juntos, porque la ciudad no es un conjunto de edificios, sino un pacto de civilidad que se mantiene con los diarios rituales de trabajo y amor.
Nosotros, como diria la entranhable Mama Joad "...somos el pueblo que vive. No nos pueden borrar, no nos pueden apalear. Seguimos para siempre, porque somos el pueblo." Caminamos sobre las fugas de vapor entre las que emergia el auto de Robert de Niro; almorzamos en la banca bajo el puente donde Woody Allen y Diane Keaton conversaron alguna noche; subimos al observatorio del Empire State como lo hicieron Cary Grant y Tom Hanks para esperar a Deborah Kerr y Meg Ryan y seguimos silbando -en medio de estos canhones creados por el ser humano- los primeros acordes de Rhapsody in Blue.
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