La torre de marfil

Este es un espacio para quienes quieren conversar sobre el Perú con la distancia -y marginalidad- de la diáspora. Le daremos particular importancia a la política doméstica y los conflictos culturales de las sociedades del norte para establecer contrastes irónicos en relacion al Perú.

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Nombre: Eduardo Gonzalez
Ubicación: Brooklyn, New York, United States

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sábado, mayo 27, 2006

Novelería, códigos y claves.

Al llegar al cine y constatar la existencia de una cola de media cuadra pensé: “eso me pasa por novelero”, que eso, y no cinemero es la palabra adecuada de quien va siempre a donde están pasando cosas y decir “yo estuve ahí”.

Con la desaceleración propia del desengaño, me disponía a hacer –al mejor estilo Lima 1987- la cola, cuando descubrí para mi alivio, que los doscientos chiquillos delante de mí no podían venir a ver “El código Da Vinci”, y que un ujier gritaba a voz en cuello: “¡Los que quieren ver X-Men III, a este lado por favor!”.

De modo que mi experiencia con la película de Ron Howard (¿o debiera decir Richie Cunningham?) empezó muy lejos de la masividad que se le atribuye al fenómeno cultural iniciado por la novela de Dan Brown. Cierto, los espectadores llegaron, y debí levantarme del asiento un par de veces para dejar pasar a los tardones, pero no fue esta una experiencia como la de “Fahrenheit 911”, en la que debí hacer una cola de dos cuadras mientras activistas del Partido Demócrata repartían propaganda.

Debo decir que -como película- el “Código…” me gustó. Es tan nerviosa como el libro, aunque –por supuesto- la diferencia de medio se deja notar. Enfrentado a una historia de detectives donde cada detalle cuenta, el director se ve obligado a apretujar en dos horas y media la aventura de los criptógrafos sacros Robert Langdon y Sophie Neveu de forma tan apresurada que es imposible entender lo que está ocurriendo, a menos que uno haya leído la novela.

El prerrequisito de haber leído la novela, por supuesto, no debe ser problema: el libro ha vendido decenas de millones de copias en todo el mundo, de modo que la película no es más que una ayuda visual a los millones de turistas virtuales que siguieron a Langdon y Neveu de Francia a Escocia, por templos medievales y bóvedas suizas. De chico, empecé a leer novelas gracias a versiones juveniles que –cada tantas páginas- contaban la historia en forma de “comic”. Es la misma sensación que he tenido ante la película: Howard ha dibujado el “comic” que acompaña a la novela de Brown.

De modo que –aunque no fue una experiencia masiva- sí fue una experiencia con la cultura de masas. Los intelectuales tienen (tenemos, diré, para que no me digan que me hago el tercio) un problema con la cultura de masas. Como nos movemos en un campo donde los capitales son simbólicos y no monetarios, nos vemos obligados a defender y afirmar jerarquías distintas a las del mundo común y corriente donde manda el capital monetario. Profesores universitarios pobres y oenegeros -privados del poder del dinero y de los votos- necesitamos rituales de distinción para persuadirnos de que tenemos nuestra propia jerarquía. El saber distinguir entre alta y baja cultura es para nosotros tan esencial como para un nuevo rico el distinguir entre diecisiete cepas de Malbec.

Por eso, independientemente de dónde nos situemos frente al tema central de la novela de Brown, tenemos que dejar claro nuestro propio “código”: no nos puede “gustar”. Mi amigo Gustavo Faverón, de talante liberal y progresista, encuentra para el libro de Brown el peor insulto imaginable en el mundo de los críticos literarios: “best seller mamarrachento” (http://puenteareo1.blogspot.com). Desde una orilla ideológica polarmente contrapuesta, mi buen amigo Miguel Rodríguez Mondoñedo, que sería Opus Dei si fuera capaz de meterse un zurriagazo de cuando en vez, la llama novelucha” (http://www.lapenalinguistica.blogspot.com/).

Yo, que no soy crítico literario sino sociólogo, me puedo dar el lujo de tener mis propios rituales de distinción, que priorizan la comprensión antes que la distinción, así que voy noveleramente al cine para tratar de entender qué ha atraído a tantos millones de gentes a una historia que –como bien sugieren mis amigos- no ha de tener más méritos literarios que una historia de Agata Christie.

Parte del éxito –aunque creo que no su clave- reside en que el “Código…” se inscribe en la tradición argumental, tan cara a los americanos, del héroe yanqui que salva al mundo, devela misterios extraordinarios y conoce gentes exóticas: Robert Langdon es una fantasía de oficinista gringo de clase media que anhela viajar por Europa y hablar francés, un aventurero que vive una historia arriesgada. No será un héroe de Isherwood o Hemingway, pero es un héroe de todos modos.

La otra parte del éxito del “Código…” es su controversial teología. No el escándalo, aclaremos, sino las tesis que lo generan. Por cierto, la controversia es una parte fundamental de la propaganda de Howard y Brown, pero la controversia tiene muchos niveles, como los entretenidos acertijos de la novela, y son los que tenemos que comprender.

Esta novela no hubiera sido el éxito que es sino fuera porque su blanco principal, la Iglesia Católica, atraviesa una crisis fundamental de credibilidad, zarandeada como está por el escándalo del abuso sexual de menores y por las posturas cada vez más conservadoras de su jerarquía. Los cristianos no católicos no han de tener –en principio- ningún problema con la hipótesis de un Jesús casado y con hijos: son los sometidos al diktat represor de la Iglesia Católica quienes encuentran en la película un mensaje sacrílego. La noción de un Jesús humano, capaz de disfrutar del sexo con su compañera y de generar prole, es anatema para quien considera que el sexo es una función corporal repugnante.

Del mismo modo, el “Código…” no hubiera merecido atención alguna si no fuera porque su atención al motivo del “eterno femenino” es sensacional en la batalla de ideas estadunidense sobre el lugar de las mujeres en la sociedad. Enfrentados al mismo tiempo a la posibilidad de recriminalizar el aborto y a la primera candidatura presidencial femenina seria de su historia, los americanos están obsesionados con la figura de la mujer y una historia que la convierta en el místico Santo Grial está destinada al éxito.

Toda controversia, creo yo, es saludable si se conduce con civilidad. Lo interesante del aparente debate sobre el “Código…” es que no ha generado quemas de libros o censuras. Los católicos conservadores no han pronunciado ninguna fatwa contra Brown y Howard y ninguna corte ha prohibido –como ocurrió con “La última tentación de Cristo”- su exhibición. Recuerdo que –cuando vi el film de Scorsese- los guardias del cine El Pacífico prohibían a los espectadores entrar a la sala con vasos de gaseosa, no fuera a ocurrir que en santa furia los arrojásemos a la pantalla. Nada de ese tipo ocurre ahora, lo que es un alivio luego del escándalo de las caricaturas danesas de Mahoma.

El fervor católico no genera ni siquiera vigilias frente a los cines: pareciera –tal vez- que las multitudes que vimos en las pantallas de televisión en el entierro de Juan Pablo II y la elección de su sucesor no fueron más que un poco más de lo mismo que enfrentamos ahora con la novela de Brown: cultura de masas, novelería, el desesperado intento de tener una identidad, coleccionar una imagen, un emblema, aunque fuese por un momento, en este mundo que -luego de las ideologías- se ha hecho tan difícil de entender.

martes, mayo 02, 2006

Los inmigrantes y el derecho a la felicidad



En una de las "Cronicas marcianas" de Ray Bradbury, un pueblo en el sur de los Estados Unidos despierta un dia para encontrar que el barrio de los negros ha sido abandonado y que, lentamente pero con determinacion, una larga columna de sirvientes, jardineros, obreros y mucamas marcha hacia el cohete que les llevara a Marte, lejos de una vida de servidumbre.

Entonces ocurre algo extrano: a pesar de siglos de desprecio, los blancos descubren que no pueden vivir sin ese grupo que trabaja en sus campos y lava sus camisas, esa raza siempre dispuesta a obedecer o a servir de conveniente objeto de odio y violencia. Desesperados ante la posibilidad de quedarse solos, persiguen a los emigrantes y les reclaman que vuelvan al trabajo, que muestren algo de respeto, que se aferren a sus pocas posesiones en el pueblo en vez de partir hacia un mundo incierto.

Algo asi ha pasado ayer en las calles de las principales ciudades de los Estados Unidos, cuando cientos de miles de inmigrantes ilegales han salido a las calles, no para tomar un cohete a otro mundo, sino para reclamar su lugar en una sociedad que vive de su trabajo pero los invisibiliza y desprecia. Los ciudadanos americanos han tenido que reconocer que su vida cotidiana depende del esfuerzo de aquellos del otro lado del mostrador, los que suben a los andamios, limpian oficinas o cosechan los campos.

A mediodia, un oficinista que hacia cola en el restaurante donde almuerzo se quejaba por la falta de ensaladas. El duenho -un coreano de muy pocas pulgas- le miro, se encogio de hombros y mascullo que el que hace las ensaladas no vino a trabajar porque estaba en la protesta. Nada que hacer: el gringo se quedo sin su ensalada porque nadie mas que un ilegal acepta cortar lechugas por el salario minimo.

Al mismo tiempo, a un par de cuadras en Battery Park, a la vista de la estatua de la libertad, unos dos mil ilegales, en su abrumadora mayoria latinos, agitaban banderas americanas, mexicanas, peruanas, salvadorenhas y ecuatorianas. Las consignas recordaban las tradiciones organizativas de los paises de donde provenian: "Luchar, crear, poder popular!", "El pueblo unido jamas sera vencido", "Pueblo, escucha y unete a la lucha!"

A los lemas sindicalistas tradicionales se agregaba una fuerte voluntad de asimilacion: las banderas americanas eran mayoritarias y se gritaba a voz en cuello, con todos los acentos del sur del Rio Grande "We are America!" Un par de ninhas, ante la llegada de la television, subio a un podio improvisado para cantar en el mejor acento de Brooklyn el himno americano, y al terminar fueron saludadas por masivos "Wow! y Yeah!"

Y para agregar mas complejidad al movimiento, se hacia notar una fuerte inspiracion religiosa: una de las lideres de la manifestacion tomo el microfono para comparar al pueblo inmigrante de hoy con los israelitas bajo el cautiverio egipcio. Tal como en el movimiento por los derechos civiles hace 40 anhos, los manifestantes de hoy le exigen al faraon libertad para el pueblo y le amenazan veladamente con siete plagas, de insistir en la soberbia.

El detonante de la protesta ha sido la ley "Contra el terrorismo, por la proteccion de fronteras y contra la inmigracion ilegal" aprobada en febrero en la Camara de Representantes a iniciativa del republicano de Wisconsin James Sensenbrenner (http://www.house.gov/sensenbrenner). Segun la ley, debera construirse un muro de 1100 kilometros en los puntos de la frontera con Mexico que se utilizan para el cruce ilegal; se convierte en delito punible con carcel de hasta diez anhos la estadia ilegal en EEUU y se castiga con las mismas penas a quienes ayudan a los inmigrantes con cualquier tipo de amparo. Aunque la ley no es vigente hasta que el Senado no la confirme, es una clara amenaza contra la vida de millones de personas.

La ley es un desproposito. Justificada como un castigo a quienes han roto las leyes de inmigracion, desconoce que la elevacion del numero de ilegales en la ultima decada se debe mas a la dureza de las leyes que a su moderacion. Las barreras y patrullajes en las zonas normales de cruce han llevado a los inmigrantes a arriesgar el salto en las zonas mas brutales y a invertir mucho mas en el esfuerzo. Una vez adentro, luego de varios intentos fallidos y habiendo gastado muchisimo dinero en la empresa, hay mucho menos estimulo a volver y -por el contrario- una fuerte necesidad de quedarse por mas tiempo para reponer las perdidas.

Y la ley es ademas un monumento a la hipocresia. Enfrentados al argumento de que los EEUU son un pais de inmigrantes, Sensenbrenner y otros arguyen que los actuales americanos descienden de inmigrantes que no rompieron la ley para entrar. El argumento tienta a la burla mas que al debate, puesto que es ridiculo comparar el marco permisivo que se aplico a la migracion europea durante el siglo XIX con las prohibiciones brutales aplicadas a la migracion latinoamericana desde fines del siglo XX.

La ley es -por ultimo- futil, porque no puede detener un hecho de escala mundial como la globalizacion economica. Es imposible que -en un mundo donde los capitales se trasladan de pais a pais con un sencillo clic- la fuerza laboral vaya a aceptar vegetar dentro de fronteras que se revelan cada vez mas irrelevantes. Como dijo un manifestante ayer: "que las grandes empresas lucren en nuestros paises esta bien, pero ay de nosotros si nos atrevemos a querer una vida mejor buscando trabajo aqui!"

Las manifestaciones, que empezaron apenas aprobada la ley Sensenbrenner, han sido masivas: once millones de inmigrantes ilegales (75% latinoamericanos) ven sus intereses afectados y han empezado a experimentar en sus comunidades el efecto de politicas mas agresivas de parte de la "migra": familias forzosamente separadas, prision por ir a trabajar, miedo de mandar a los chicos al colegio, etc.

El exito de las primeras protestas ha consolidado una poderosa alianza de grupos hispanos y sindicatos que encontro un estupendo pretexto organizativo en la cercania del Primero de Mayo, dia internacional de los trabajadores. En EEUU, este dia no se celebra y -en cambio- se mantiene un "dia del trabajo" en setiembre, que las grandes cadenas comerciales han convertido en una fecha de gangas. Pues bien: hoy cientos de miles de trabajadores salieron a la calle reivindicando el Primero de Mayo como un dia de lucha.

En Nueva York, ciudad cosmopolita, la gran mayoria de la poblacion ve el movimiento inmigrante con simpatia. No ocurre lo mismo en Texas o en ciertas regiones de California; de hecho el grupo paramilitar "Minutemen" hizo una contraprotesta en la frontera con Mexico irguiendo un muro simbolico de 400 metros de largo. Del mismo modo -y tal vez porque este es el anho del evangelio de Judas- un grupo de hispanos republicanos lanzo hoy el grupo "Tu no hablas por mi!" de profesionales latinoamericanos que inmigraron y obtuvieron su residencia legalmente y se oponen a las manifestaciones de sus (ex) compatriotas menos afortunados.

La prensa ha sido moderada: ninguna cadena cubre los acontecimientos con estridencias, y el New York Times ha saludado el movimiento aunque ha manifestado preocupacion por el llamado de los inmigrantes mas radicales a boicotear la economia americana. Otros comentaristas recomiendan a los manifestantes que lleven banderas americanas y no las de sus respectivos paises, para evitar ofender a los ciudadanos anglos. Por ultimo, algunos grupos conservadores atinan a sugerirle al partido republicano que no confronte a una poblacion que -aunque ilegal- es profundamente conservadora en sus valores familiares y religiosos y puede convertirse en una base importantisima en el futuro.

Pero la prudencia de los moderados no puede prever las reacciones viscerales de los sectores xenofobos para los cuales los inmigrantes no pueden hacer nada bien. Si llevan banderas mexicanas, son desleales y no merecen estar aqui. Si, entonces llevan banderas americanas y traducen el himno americano al espanhol, ofenden la pretendida pureza anglosajona de los EEUU. En no pocas ciudades ha habido contramanifestaciones de grupos pequenhos con cartelones que rezaban "vuelvanse a su pais" y en el blog de la cadena Fox, habia quien clamaba por que la policia arreste a los 400mil que tomaron las calles de Chicago y los ponga en el primer avion a Mexico.

En realidad, el radicalismo de los manifestantes nunca ha sido mas correcto tacticamente que ahora: el gobierno de Bush se encuentra en una posicion de terrible debilidad. Las elecciones parlamentarias de Noviembre han motivado una corrida masiva al centro por parte de legisladores republicanos que quieren alejarse lo mas que puedan de la imagen de un presidente desprestigiado. Si lo que se quiere es que el Senado reconsidere la ley Sensenbrenner e imponga su propia version, ahora es cuando hay que presionar, y con fuerza.

Las manifestaciones de ayer, con su eclecticismo ideologico y su hibridez linguistica, muestran un pais distinto a los EEUU del estereotipo y nos recuerdan que este es un pais fundado no sobre la identidad racial o cultural, sino sobre una promesa constitucional que se ha mantenido intacta por mas de 200 anhos: el derecho a la vida, la libertad y a la felicidad.

No conozco otra constitucion que consagre el derecho a ser feliz. Eso es lo esencial del famoso "suenho americano": que para algunos ese suenho se mida en adquisiciones materiales y para otros en libertades es secundario. Lo principal es -precisamente- que esta es una sociedad que consagra el indeclinable e individual derecho de decidir como vivir la vida propia.

Hoy dia, al terminar la marcha en Battery Park, un manifestante disfrazado de estatua de la libertad -que normalmente se gana la vida posando inmovil para que los turistas se tomen fotos a su lado- se saco la mascara y se sento -agotado- a descansar. Bajo la mascara que remedaba el rostro clasico de la estatua original, estaba un colombiano sudoroso, que fue inmediatamente rodeado por los periodistas que percibieron la ironia de que el rostro mas reconocido de la nacion fuese -en realidad- el resultado de la performance invisible de un inmigrante ilegal.

A lo lejos, la verdadera estatua parecia tambien a punto de quitarse la mascara.